El barro del instinto te ensució las manos a partidos brochetazos de piel y desazón, y yo tengo el pálpito lascivo de drenar el cuento de las almas solitarias donde niño y adulto juegan a las mil y un parafernalias. Y ahora, mi espalda viste de tus manos bañadas en fango, formando eco de delicia mustia.
Y me tallas a equivocaciones teñidas de herrumbre y rojo granate, y me empedras junto al suelo del pasado y del futuro, donde el no presente sea incierto, y el resto expire en cenizas del lamento.
Y me dejas en cuatro trozos de miseria, dónde cada uno de ellos sea un mundo, y resurja a borbotones de mi propia piedra, ajustando prismas de fuego y fuerza, donde me arranque las esquirlas doradas en forma de canica de mi piel, para lanzarte el infierno y la gloria estrepitosa del mundano ayer.
Y hoy, te veo en mi reflejo, como un pródigo del sueño y la narcosis, donde tus ojos se desvisten de los míos, y se estudian paralelamente sin llegar a adaptarse al molde doliente de los polos frenéticos de una noche inocente.
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máscaras inertes.